jueves, 30 de julio de 2009

Respeto



Y más que respeto, fé.








miércoles, 22 de julio de 2009

Pintadas


Las pintadas que no dicen nada suelen tener cara, que las que dicen o gritan algo sólo tienen palabras, casi nada, que van perdiendo fuerza con el tiempo hasta que se las lleva otra capa de pintura y no el viento, aunque mudas y olvidadas queden todas.
Las primeras, las caras pintadas, no suelen tener una vida demasiado larga pero lo compensan con un carácter que les viene de nacimiento. Un carácter casi siempre subjetivo porque no tenemos costumbre de preguntar a sus padres, aunque es verdad que muchos de éllos se mantienen en el anomimato.




Así pues me pregunto yo por la personalidad de cada una y, sobre todo, en qué entretienen el tiempo, en que piensan, si las que ya son malencaradas van agriando el humor, si les gusta que la gente les mire y qué opinan de nosotros, si se aburren o se deprimen, si maldicen la vida que les ha tocado vivir, si ven la botella medio llena...




La próxima vez me llevaré el tripode. Sacaré fotos mientras estan solas, mientras la gente les mira al pasar, cuando las gaviotas y palomas picoteen donde deberían estar sus pies, qué no darían por tenerlos, quizá mientras sale el sol o éste se oculta, que las dos cosas no podrán ver...
Un día y el siguiente y al otro también, porque me parece a mí que nadie ha comprobado si cambian el gesto y ésta va a ser la única forma de saberlo, de descubrir si sólo están inmóviles mientras saben que alguien les observa.



domingo, 19 de julio de 2009

Puertas - Irresistibles




Ante puertas que se cierran se buscan otras abiertas.
Y con suerte...

martes, 14 de julio de 2009

Puertas - Que se cierran...


...y con el portazo le dió en la cara un último aire de la fábrica, con un agrio aroma de traición y largo poso de impotencia...

martes, 7 de julio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

Guión para escena 26Jun09

Eva sostiene la copa de vino blanco manteniéndola a salvo de los ceceos de su amiga y del caliente sol del domingo.

A pesar de sus interminables chismorreos y de los cuarenta minutos conduciendo, está pensando que ha sido muy buena idea aceptar la salida.

El repentino olor del salitre llega hasta su nariz anulando el sentido de la vista, que se queda en las burbujas, y deja el monólogo en un leve rumor para que el oído busque el de las olas. Cuando cree encontrarlo sonríe y sus sentidos regresan poco a poco. El de la vista, con vergüenza, juega al escondite con los ojos de María para no confesar la ausencia.

Ahora mira al perro.

De espaldas, el dueño tira de la correa como en un acto reflejo, o un muelle, cuando nota que el animal tira de élla. Eva mira como uno ladra y el otro vuelve a tirar de la correa y gira la cabeza.

La imagen de Saúl es sólo un impulso nervioso a mitad de camino cuando el corazón ya le ha reconocido. Se lo hace saber dando una brusca pirueta, un vuelta y vuelta que le tiñe la cara de un rojo adrenalina, los latidos en el cuello como tambores y bombos, la respiración haciendo lo que buenamente puede y las piernas desfalleciendo bajo el incendio abrasador de que son pasto sus tripas.

Él, que fué el último al que se entregó sin condiciones, abriendo puertas y ventanas, volando todo cuando estaban juntos, enamorada. Y también el primero con el que ha vivido, pero el primero al que empezó a cobrar deudas que otros dejaron, con los intereses guardados en cajones ocultos y detras de la puerta la correa, cada vez más corta, cada vez más usada hasta que de puro desgaste se rompió.

Allí se ve ahora Eva, con la correa en la mano, la herida abierta donde va a estar la cicatriz, mal curada por el remordimiento. Una de esas cicatrices que se convierten en metereólogas, dejándose notar cuando amenaza tormenta en el alma, o lo que es peor, frío. De las que te tuercen el dia, el gesto, y conjuran a la oscuridad cuando alguien o algo te la recuerda. De las que no se enseñan. Ya serán nostalgia, o ni éso.

Eva dice, 'vámonos', y se queda la palabra rebotando encerrada en su cabeza, como un eco, hasta que el coche entra en la autopista. Su sandalia derecha, aplastada entre el pié y el acelerador, parece haberse quedado allí, pegada al suelo, atada a Saúl.