jueves, 19 de marzo de 2009

Domingo, y 15 de Marzo.

Todos sus sentidos se anularon y concentraron en la boca, desbordada e inundada por el delicioso sabor de la vainilla, el chocolate y las almendras. Nada mejor que un buen mordisco a un helado, a cualquier hora, sobre todo después de comer.
Su memoria quiso ofrecerle, entonces, un breve paseo por lo pasado de este Domingo.



La mañana ya queda lejos, por eso lo primero que le viene a la cabeza es el providencial encuentro con Miguel. Un amigo con balón resulta impagable a la hora del vermut.
Esa hora que los mayores se empeñan en alargar, hablando y hablando de sus cosas, hasta que el aburrimiento casi te asfixia.





Cuando el hambre, a pesar de los pinchos, te distrae a cada minuto, es el momento convencer a tus padres para irse a probar el pote de la güela. Hoy le espera para comer.
Mientras la visión del plato prometido acelera sus piernas, las de los mayores parecen demasiado lentas, como si el vino y la sidra hubieran resbalado hasta sus pies y pesaran más de lo acostumbrado.






Con el ruido de la cafetera y el aroma del café, va desapareciendo el desorden de la cocina y las tazas se vuelven a encontrar con el azúcar y las cucharillas en la mesa.
El tiempo se va espesando, demasiado.
En los sofás los mayores se adormecen en posturas imposibles. Él hace años que dejó de dormir la siesta, es cosa de niños.




El invierno se ha ido de fin de semana y, aunque ha dejado al viento a cargo de casi todos los rincones, a la mayoría se nos nota en la cara la agradable sensación que nos produce la sospecha de que no piensa volver, salvo alguna visita breve.
Noah, ya inquieto, rumia cada minuto que queda para ver a sus amigos esta tarde.
Si tuviera reloj, y más claro cómo leer la hora, sabría cuánto le queda por esperar.



No tiene idea de dónde pasará la tarde, pero sabe seguro que estará Miguel.

No estaría nada mal, pienso yo que piensa, pasar la tarde jugando al fútbol con sus amigos. Cualquier sitio es bueno, con prao, con asfalto, con arena... Tardes así son la mayoría.

Por éso, o por el color de la arena aún presente en su cabeza, Noah se olvida por unos momentos de sus amigos y piensa en Elena. Con seis años resulta irresistible pasar el día jugando al balón con los amigos, pero en el fondo espera que sea la sonrisa de Elena la que le acompañe esta tarde.


Ya no falta mucho para saberlo, menos de lo que tardará en darle los últimos bocados al helado, ya camino del coche.