viernes, 2 de octubre de 2009

Cogiendo rayos de sol.




Sólo algunos atardeceres como el que os enseñaba hace poco, si el cielo está limpio de nubes o éstas vuelan más alto que el sol, justo antes de que éste empiece a tocar la línea del horizonte, cuando las últimas hormigas vuelven a casa y los dientes de león sienten escalofrios al notar ya fríos sus pies, entonces se pueden coger rayos de sol.
Y aquél atardecer era éste que véis ahora, cinco minutos después, que en una puesta pueden ser cincuenta cambios del luz y color.
Casi no hace falta hablar para enseñar cómo se hace, basta con poco más que querer hacerlo. Eso sí, debes situarte en un lugar donde nada esté entre el sol y tú, entrecerrar los ojos y esperar que alguno pase cerca para cogerlo suavemente, mejor en silencio.
Unas pestañas largas y oscuras, como las que se saltan una generación en mi familia, son un filtro ideal para conseguirlo más fácilmente, pero no imprescindible. El tener buena vista, como la de los niños, sólo acrecienta el porcentaje de éxito, la fortuna también tiene su parte. Y la suavidad al recogerlo porque se rompe fácilmente.
Aunque si el sol se va a dormir de buen humor, satisfecho con su día, al sentir el roce de tus manos queriendo agarrarlo, quizá se fije en tí unos segundos y, enternecido o juguetón, deje que uno de los últimos rayos del día, de los que ya no calientan, se enrede en tus dedos.