lunes, 6 de julio de 2009

Guión para escena 26Jun09

Eva sostiene la copa de vino blanco manteniéndola a salvo de los ceceos de su amiga y del caliente sol del domingo.

A pesar de sus interminables chismorreos y de los cuarenta minutos conduciendo, está pensando que ha sido muy buena idea aceptar la salida.

El repentino olor del salitre llega hasta su nariz anulando el sentido de la vista, que se queda en las burbujas, y deja el monólogo en un leve rumor para que el oído busque el de las olas. Cuando cree encontrarlo sonríe y sus sentidos regresan poco a poco. El de la vista, con vergüenza, juega al escondite con los ojos de María para no confesar la ausencia.

Ahora mira al perro.

De espaldas, el dueño tira de la correa como en un acto reflejo, o un muelle, cuando nota que el animal tira de élla. Eva mira como uno ladra y el otro vuelve a tirar de la correa y gira la cabeza.

La imagen de Saúl es sólo un impulso nervioso a mitad de camino cuando el corazón ya le ha reconocido. Se lo hace saber dando una brusca pirueta, un vuelta y vuelta que le tiñe la cara de un rojo adrenalina, los latidos en el cuello como tambores y bombos, la respiración haciendo lo que buenamente puede y las piernas desfalleciendo bajo el incendio abrasador de que son pasto sus tripas.

Él, que fué el último al que se entregó sin condiciones, abriendo puertas y ventanas, volando todo cuando estaban juntos, enamorada. Y también el primero con el que ha vivido, pero el primero al que empezó a cobrar deudas que otros dejaron, con los intereses guardados en cajones ocultos y detras de la puerta la correa, cada vez más corta, cada vez más usada hasta que de puro desgaste se rompió.

Allí se ve ahora Eva, con la correa en la mano, la herida abierta donde va a estar la cicatriz, mal curada por el remordimiento. Una de esas cicatrices que se convierten en metereólogas, dejándose notar cuando amenaza tormenta en el alma, o lo que es peor, frío. De las que te tuercen el dia, el gesto, y conjuran a la oscuridad cuando alguien o algo te la recuerda. De las que no se enseñan. Ya serán nostalgia, o ni éso.

Eva dice, 'vámonos', y se queda la palabra rebotando encerrada en su cabeza, como un eco, hasta que el coche entra en la autopista. Su sandalia derecha, aplastada entre el pié y el acelerador, parece haberse quedado allí, pegada al suelo, atada a Saúl.