martes, 23 de octubre de 2012

Ya en la Calle: Mariola

Con Pipo bajando ya las escaleras vuelvo a entrar, recorro el largo pasillo 
y con cada paso noto acentuarse la extraña certeza de que soy el único hombre 
que queda en el piso. Me siento como un occidental presente en una secreta
ceremonia de la tribu más oculta del amazonas desconocido.

La novia está terminando de vestirse, despacio, como debe hacerse cuando
uno se viste con tiempo para una ocasión especial, demorando cada gesto, 
cada botón.

Vamos a dejar terminar a la novia. No desvelemos aún su vestido, por respeto
a aquella tradición de mantenerlo en secreto.
Bajaré la escalera, tenía ganas ya de salir de entre las paredes. 
No me cuesta mucho decidirme ante todos los amigos y familiares que esperan
cerca del portal a pesar de que mi vista va de un lado a otro.
Es inevitable ver primero a Pipo. Un brazo suyo es como una de mis piernas.
Después veo a Mariola y a uno de sus tres hijos, mirando también a Pipo. 
No me extraña su cara de asombro y la querencia a la protección de su
madre ante tan enorme personalidad .






Hablo con Mariola. Le digo lo guapos que vienen todos sin recurrir ni un milímetro
a la cortesía. Digo la verdad.
Mariola me prohibe sacarle fotos, y menos tan cerca, así que le hago un par.









(Si se entera que os enseño ésta suya me mata. Pero corro el riesgo porque admiro
a la gente como élla. Y, sobre todo, porque creo que tenemos mucha afinidad,
nuestro sentido del humor se adivina mutuamente, se acelera, lleva una velocidad
muy parecida.  Es algo que en mayor o menor medida te pasa con casi todos, pero
si el porcentaje es por encima de la media te garantiza buenos ratos).
Un beso Mariola.




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