Mis paseos por el Cabo Peñas se reducen a uno o dos al año, a pesar de tenerlo ahí al lado.
No es raro, entonces, si digo que siempre que enfilo la entrada al bar, después de aparcar, me invade una alegre nostalgia. Sensación que se acentúa si te encuentras con algún conocido.
Hace dos o tres años ya coincidí con este
felino.
Incluso el año pasado le dediqué
una entrada en este blog, donde conseguí descifrar las vidas que le quedaban.
Ayer la volví a ver, toda preñada ella, ...aquélla que yo pensé aquél.
La que parecía haber gastado, como mínimo, una vida más.
Nada menos.
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