
Después de un par de semanas vuelvo, como siempre, al muelle. Estas visitas espaciadas hacen que siempre encuentre algo nuevo, distinto. Hoy más que nunca.

Me doy cuenta que me miran, aun estando acostumbrados a verme constantemente cámara en mano, como si fuera un intruso.


Hace demasiado que no paseo el muelle y, sin intentar desentrañar el misterio, alargo la visita. La aparente calma se rodea de impaciencia, casi imperceptible, y alguno se deja vencer por ella. Al fín, decido marcharme como llegué, tranquilamente, sin mirar atrás, sé que hasta que no me pierdan de vista no empezará todo.